El soldado estaba cansado. Estas dos semanas habían
sido las más calurosas del año.
Aunque dos semanas era poco tiempo para una campaña, siempre es más
difícil cuando no te quieren recibir, so pena de la ira regia. ¡Qué más daba si
el rey le había dado la espalda, si había prestado oídos sordos a lo que todos
sabían eran las necesidades de Castilla! ¡Si le habían difamado! Y, además, ¡le había forzado de sus propias
tierras, de sus heredades en Vivar!
Él sabía cuál era su deber, y lo
cumpliría, así fuese menester echar hasta el último moro de la ciudad de
Valencia – el final objetivo de la esta campaña. No se rebajaría a aposentarse
por la fuerza en una posada en Burgos, así se le fuera la vida en ello. No. Eso
es de un soldado común, o hasta de un desertor (“¡No lo permita Santi Yagüe!”),
no de un Campeador.
Como cada fría noche, sus
pensamientos iban hacia su familia. ¡Doña Ximena! ¡Elvira! ¡Sol! Ya habría de
regresar con el abad Sancho a por ellas, que seguro estaba serían destinadas a
la más alta cuna.
Sus recuerdos del día en que
cumplió sus diez veranos hoy estaban más vivos que nunca. Cuando no era Don
Rodrigo, sino tan solo Ruy Díaz y su borrica, en el camino de Vivar. Esa tarde se había cruzado con la compañía de
un magnífico caballero, cincuenta o sesenta pendones, armaduras, espadas,
escudos, ¡todo un contingente! ¡Y tan magníficos que le habían parecido! Tan
solo un saludo y sus nombres intercambiaron, pensando en cuál habría sido la
intención de los hados para hacer encontrarse a dos personas tan diferentes, y
curiosamente, con nombres similares.
Esta tarde, lo había vuelto a
vivir. Pero en lugar de la grandeza recordada, más en mente tenía el polvo del
camino, el cansado andar de sus hombres, el peso en todas las espaldas del
rechazo real, y la pesadez del que se sabe paria. Y entonces interrumpiendo sus
pensamientos, oyó la voz del muchacho, el familiar acento castellano:
- ¡Santi Yagüe sea con vos, Don Caballero! ¿Cuál
será vuestro nombre y destino?
Con media sonrisa bajo su yelmo y
los ánimos levantados nuevamente, se forzó a contestar tal y como lo recordaba:
- - Rodrigo, el Cid Campeador y Burgos, muchacho.
¡Que con vos sea también!
No bajaron la marcha, que su
destino esperaba en lontananza. Tan solo miró de reojo al joven que los veía
pasar con tal admiración, sin saber en ese momento que, ciertamente, a riendas
del futuro grandes cosas les esperaban.
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