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El peor día de mi vida

El 19 de septiembre de 1985 fue el peor día de mi vida. Mis recuerdos de ese día están ligados a una lluvia muy fuerte de la noche anter...

Friday, April 27, 2018

¡Plínnn...!

Lugar: oficina de gobierno de atención al cliente. La campana de una máquina de escribir se escucha, rítmica y monótona, sobre todas las conversaciones del lugar.
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - … eso sí, dio su anticipo de la factura. De lo de la cuenta ésta, no ha dado nada.
Conversación 2: - Ya cuando nos platicaron que fue el notario, ya no lo alcanzamos y hubimos de hacer el trámite otra vez.
Conversación 3: - Mas sin en cambio, si el supervisor tiene que intervenir, van a haber problemas.
Hombre: - Esteeee… disculpe.
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - ¿Cómo crees? ¡Ah, pero que no fuera para lo de su cumpleaños, que ahí sí nos cobra!
Conversación 2: - ¡No inventes! ¿Y no se enojó muchísimo la licenciada?
Conversación 3: - Ya lo sabemos, pero, ¿qué puedo hacer si nadie me dice nada hasta el último momento?
Hombre: - ¿Señorita?
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - Pos qué te digo. Tuvimos que quedarnos hasta tarde. Nadie se fue hasta que no terminamos.
Conversación 3: - Ahí nadie tiene la culpa más que tú, chulita. Tienes que involucrarte más, como dice el licenciado.
Hombre: - ¡Disculpe, señorita!
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - …
Conversación 3: - Si no velas tú por tus intereses, ¿quién más? Además, si yo fuera tú…
Hombre: - SEÑORITA. DISCULPE.
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - …
Conversación 3: - …
Hombre: - …
(¡Plínnn…!)

El último eco del regreso del rodillo de la máquina de escribir se sumó, pesado, al silencio del lugar. Las miradas perforaban al invasor no invitado, en cuyo rostro se mezcló lentamente una sucesión de emociones tan claras, que hubieran resultado cómicas en cualquier otro ambiente menos hostil:
Furia.
Enfado.
Indecisión.
Bochorno.
Valemadrismo.
Hombre: - Disculpe, se-ñorita, -dijo, separando así las sílabas, demostrando su incomodidad con la situación. - Vengo de la oficina central.
Señorita: - ¿Sí? ¿Diga?
Hombre: - Sí, mire, lo que pasa es que vengo a llevarme su máquina.
Conversación 1: - ¡…!
Conversación 2: - ¡…!
Conversación 3: - ¡…!
Hombre: - …
La temperatura del lugar descendió un par de decenas de grados, tangiblemente.
Señorita (Con hielo en la voz): - Y, ¿por qué exactamente, se la quiere llevar?
(¡Plínnn…!)
Hombre (Nervioso, se suelta un poco el nudo de la corbata): - Sí, mire, lo que pasa es que es un programa de modernización… (¡Plínnn…!)
Hombre: - que nos encargaron de allá arriba… (¡Plínnn…!)
Hombre: - usted sabe, es cosa de imagen institucional… (¡Plínnn…!)
Hombre: - además, ya ni siquiera… (¡Plínnn…!)
Hombre: - hay refacciones… (¡Plínnn…!)
Hombre: - ni nada. (¡Plínnn…!) (¡Plínnn…!) (¡Plínnn…!)
Todos en la oficina están inmóviles desde que se mencionó la máquina de escribir de Chelita. Nadie respira. La máquina ha sido lo único constante desde que se abrió esta oficina. Dicen – diiicen – que incluso está desde antes que Chelita.
Chelita: - Pues lo siento mucho, joven, pero no se va a poder. Yo tengo un resguardo firmado, y fíjese que tiene la firma del Jefe del Departamento del Distrito Federal.
Hombre: - Sí sabe que el Departamento no existe desde el ’97, ¿verdad?
Chelita: - Como le dije, no se va a poder.
Hombre: - Mire, aquí tengo la orden, con sus tres copias.
Chelita se pone de pie, apoyando una mano desafiante sobre la máquina de escribir. Tranquilamente, toma la orden – con sus tres copias – del mostrador, les intercala unas hojas de papel carbón tan usadas que se puede ver a través de ellas y las mete cuidadosamente a la máquina de escribir. Comienza a escribir, pronunciando cada palabra con mucho énfasis mientras las teclea expertamente con un dedo de cada mano, sin ver.
Chelita: - Pues. A. Ver. Cómo. Le. Hacemos.
Saca las hojas, las sella todas de recibido y se las entrega.
Él las recoge con un aspaviento exagerado y una cara de indignación.
Hombre: - Pues… pues… ¡a ver cómo le hacemos!
Las guarda en su fólder beige. Se vuelve a ajustar el nudo de la corbata, tan aparatosamente que le queda chueco y, sin decir otra palabra, da la media vuelta y sale dignamente de ahí.
(¡Plínnn…!)
La oficina estalla en una ovación para Chelita.





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