(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - … eso sí, dio su anticipo de
la factura. De lo de la cuenta ésta, no ha dado nada.
Conversación 2: - Ya cuando nos platicaron que
fue el notario, ya no lo alcanzamos y hubimos de hacer el trámite otra vez.
Conversación 3: - Mas sin en cambio, si el
supervisor tiene que intervenir, van a haber problemas.
Hombre: - Esteeee… disculpe.
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - ¿Cómo crees? ¡Ah, pero que no
fuera para lo de su cumpleaños, que ahí sí nos cobra!
Conversación 2: - ¡No inventes! ¿Y no se enojó
muchísimo la licenciada?
Conversación 3: - Ya lo sabemos, pero, ¿qué puedo
hacer si nadie me dice nada hasta el último momento?
Hombre: - ¿Señorita?
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - Pos qué te digo. Tuvimos que
quedarnos hasta tarde. Nadie se fue hasta que no terminamos.
Conversación 3: - Ahí nadie tiene la culpa más
que tú, chulita. Tienes que involucrarte más, como dice el licenciado.
Hombre: - ¡Disculpe, señorita!
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - …
Conversación 3: - Si no velas tú por tus
intereses, ¿quién más? Además, si yo fuera tú…
Hombre: - SEÑORITA. DISCULPE.
(¡Plínnn…!)
Conversación 1: - …
Conversación 2: - …
Conversación 3: - …
Hombre: - …
(¡Plínnn…!)
El último eco del regreso del
rodillo de la máquina de escribir se sumó, pesado, al silencio del lugar. Las
miradas perforaban al invasor no invitado, en cuyo rostro se mezcló lentamente
una sucesión de emociones tan claras, que hubieran resultado cómicas en
cualquier otro ambiente menos hostil:
Furia.
Enfado.
Indecisión.
Bochorno.
Valemadrismo.
Hombre: - Disculpe, se-ñorita, -dijo, separando
así las sílabas, demostrando su incomodidad con la situación. - Vengo de la
oficina central.
Señorita: - ¿Sí? ¿Diga?
Hombre: - Sí, mire, lo que pasa es que vengo
a llevarme su máquina.
Conversación 1: - ¡…!
Conversación 2: - ¡…!
Conversación 3: - ¡…!
Hombre: - …
La temperatura del lugar
descendió un par de decenas de grados, tangiblemente.
Señorita (Con hielo en la voz): - Y, ¿por
qué exactamente, se la quiere llevar?
(¡Plínnn…!)
Hombre (Nervioso, se suelta un poco el
nudo de la corbata): - Sí, mire, lo que pasa es que es un programa de
modernización… (¡Plínnn…!)
Hombre: - que nos encargaron de allá
arriba… (¡Plínnn…!)
Hombre: - usted sabe, es cosa de imagen
institucional… (¡Plínnn…!)
Hombre: - además, ya ni siquiera… (¡Plínnn…!)
Hombre: - hay refacciones… (¡Plínnn…!)
Hombre: - ni nada. (¡Plínnn…!) (¡Plínnn…!) (¡Plínnn…!)
Todos en la oficina están
inmóviles desde que se mencionó la máquina de escribir de Chelita. Nadie
respira. La máquina ha sido lo único constante desde que se abrió esta oficina.
Dicen – diiicen – que incluso está desde antes que Chelita.
Chelita: - Pues lo siento mucho, joven,
pero no se va a poder. Yo tengo un resguardo firmado, y fíjese que tiene la
firma del Jefe del Departamento del Distrito Federal.
Hombre: - Sí sabe que el Departamento no
existe desde el ’97, ¿verdad?
Chelita: - Como le dije, no se va a
poder.
Hombre: - Mire, aquí tengo la orden, con
sus tres copias.
Chelita se pone de pie, apoyando
una mano desafiante sobre la máquina de escribir. Tranquilamente, toma la orden
– con sus tres copias – del mostrador, les intercala unas hojas de papel carbón
tan usadas que se puede ver a través de ellas y las mete cuidadosamente a la
máquina de escribir. Comienza a escribir, pronunciando cada palabra con mucho
énfasis mientras las teclea expertamente con un dedo de cada mano, sin ver.
Chelita: - Pues. A. Ver. Cómo. Le.
Hacemos.
Saca las hojas, las sella todas
de recibido y se las entrega.
Él las recoge con un aspaviento
exagerado y una cara de indignación.
Hombre: - Pues… pues… ¡a ver cómo le
hacemos!
Las guarda en su fólder beige. Se
vuelve a ajustar el nudo de la corbata, tan aparatosamente que le queda chueco
y, sin decir otra palabra, da la media vuelta y sale dignamente de ahí.
(¡Plínnn…!)
La oficina estalla en una ovación
para Chelita.
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