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El peor día de mi vida

El 19 de septiembre de 1985 fue el peor día de mi vida. Mis recuerdos de ese día están ligados a una lluvia muy fuerte de la noche anter...

Thursday, May 3, 2018

Suspiro

- ¿Por qué suspiras tanto?
- Porque ya no voy a llorar.
Tu mirada, distante, mostraba entre líneas que no hacen falta lágrimas para vivir llorando. Quisiste explicar más. Tal vez así, compartiéndolo, el dolor se confundiera, ya no supiera con quién irse y se diluyera un poco. Abriste la boca, buscando palabras… Ninguna quiso salir.
Suspiro.
Recordaste – y bloqueaste las imágenes inmediatamente. Es mejor no recordar. Formas, olores, sonrisas, sueños sin madurar, ideas, ganas de gritar, caos. El ruido del choque. Todo se agolpaba en tu cabeza.
Un año ya. Tú mismo habías decretado lo que duraría tu duelo. Al principio era algo tan distante, que te diste el lujo de que tu dolor llevara las riendas. El hospital; los dos días encerrado en el Ministerio Público, de los que te contaban, porque no los recordabas; los trámites, eternos y sin sentido, ¿cuántas veces más te iban a preguntar algo a lo que no tenías respuesta? No, no sé qué pasó. Ella iba manejando. ¿Y el funeral?
No lo entiendes. ¡Se supone que hoy, que se cumple un año, se acababa tu tristeza! Ya se lo habías planteado muy seriamente, despidiéndola, en esas noches sin dormir llenas de los ruidos de la ciudad. Te despediste en esos lugares comunes. “Tristeza, gracias por arroparme y hacer que mis días no estuvieran vacíos, pero es hora de dejarte ir. Ya me desgarré en silencio, sin llorar. Lo acepté, como todo aquel que acepta algo que no puede cambiar. Estoy listo para seguir adelante y recordar con una sonrisa.”
En algún lugar oíste que un año era suficiente para superar. Sigues esperando. En cualquier momento ya.
¿Te has golpeado alguna vez en el momento en que tienes que hablar frente a mucha gente y no puedes demostrar tu enorme capacidad de decir el mayor número de groserías diferentes a todo pulmón sin respirar? Te tragas ese grito que hubieras dirigido a todos tus antepasados, al mueble, al que lo fabricó y al universo y, sin perder demasiado la compostura, sigues. Pues así, cuando no puedes llorar, cuando se supone que ya lo superaste. No gritas. No lloras. Solo suspiras y sigues.
Y entonces, entra el “debes ser valiente.” Lo peor es que nadie te pregunta cómo te sientes, nadie te avisa cuando ya puedes dejar de serlo. Y crees que así debe de ser siempre. Eres el fuerte. Gracias por serlo.
Ejemplos de amar en silencio sobran. El adolescente que añora con ojos tristes a la bonita del salón y la mira irse de la mano con el novio que la maltrata. El niño que ve con adoración a su maestra y se la imagina abrazándolo, orgullosa, por el garabato rojo con un 10 en su examen. La niña que adora a su ídolo juvenil, defendiéndolo en Facebook de los chismes de las revistas de puesto de periódicos. La madre cansada que encuentra el amor verdadero mientras espera en la fila del colegio a los hijos y que, resignada, lo ve alejarse tras hablar tres minutos con él; lo recordará fantaseando, mientras prepara la cena. El estudiante que va a todos los conciertos favoritos de su mejor amiga y que la consuela cuando llora porque algún patán le rompió el corazón. Los enamorados que están tan lejos que saben que lo suyo no puede ser, no por ahora, por más química que exista entre ellos. Y tú que, aunque ya lo perdiste todo, sigues amando, porque nunca te enseñaron cómo dejar de hacerlo.
"Cuánto, cuantísimo puede doler el dolor de otro ser humano," leíste hace poco,* y lo ves, disimulado, en las miradas de quienes te rodean. El dolor conecta de formas que no conoces hasta que lo vives en su mirada, sin importar cuánto haya dolido antes. El secreto es estar ahí en ese justo momento, para conectar. O tal vez el secreto sea NO estar ahí en ese justo momento. ¿De qué otra manera podríamos vivir con nosotros mismos cada que pasamos por la banqueta junto a alguien que nos pide ayuda tan solo con su tristeza?
Si nosotros somos parte del entorno, y el entorno nos está conformando a nosotros, qué entorno tan hijoeputa.
Pero compartir el dolor tampoco trae consuelo.
¿Todavía duele? No lo sabes. Por eso suspiras, para que no duela.
Sigues esperando. Y sigues así, suspirando, sin llorar. Mejor, sonríe. Así nadie te pregunta nada.
¿Qué, nunca va a parar?


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