Antes de Ana, era el Chucky. Creo
que alguien le puso así porque se parecía al muñeco de la película, ése feo.
¿Lo conoces? Es un muñeco muy malo. Pero el Chucky no era malo. Casi no lloraba
y dormía todo el día. Pero ni se parecía tanto. Sólo era güerito y tenía muchas
pecas. Ana era linda y sonreía mucho.
De Abel casi no me acuerdo. Yo
era muy pequeña.
¿Y antes de Abel? Yo creo que
hubo otros. Siempre hay. Siempre tiene que ir uno más chiquito. Así sacas más.
Ayer perdimos al Niño.
Bueno, la verdad, no se llamaba
el Niño. Después de Ana, ni Mari ni yo quisimos decirles por su nombre. Así no
te encariñas tanto, no te preocupas tanto cuando se enferman y puedes hacer
como que no te importa. Casi no lloras cuando se mueren.
Nadie se dio cuenta cuando se
murió el Niño, de tan calladito que era. Se durmió en la mañana y ya no
despertó. En la tarde Mari me dijo que ya no se movía desde hace rato, que se
estuvo fijando bien y ya no respiraba. Y es que ella ya sabe, ya le ha pasado
varias veces. Como los trae todo el día envueltos en el chal, luego luego se da
cuenta. Pero nos tuvimos que quedar hasta que juntamos todo. Cuando a Mari se
le cayó Ana, nos regresamos rápido, para llevarla al hospital, pero la tía Mona
se enojó mucho cuando nos vio llegar. En realidad, no es nuestra tía, pero si
no le decimos así nos pega. Mari ya no llora cuando le pegan, pero a mí toyavía me duele, así que sí lloro, pero
poquito nada más porque ya soy grande.
Esa vez, la tía Mona ni siquiera
quiso revisar a Ana. Solo le dio más medicina para que dejara de llorar y nos
mandó a la calle otra vez. Creo que se le pasó, porque en la noche se la
llevaron al doctor y ya no la volvimos a ver. Espero que el doctor la haya
curado y ya esté bien. Al otro día, nos dieron al Niño. Siempre tenemos que ser
tres. Dicen que así funciona mejor: una niña muy grande de doce años, para que
cargue al bebé; una niña grande de seis años para que pida el dinero y un bebé.
Somos Mari, yo y el Niño.
Yo ya soy muy buena en esto. Me
acerco a los que van caminando, les jalo un poquito el suéter o el saco para
que me vean, les sonrío y les pido una moneda. Pero no hay que tocarles la
bolsa a las señoras o se enojan. En la mañana, casi siempre nos dan un pan o un
bolillo y lo compartimos entre Mari y yo. Al Niño no le toca, porque siempre
está dormido. Si se despierta, le damos un dulce o tantito pan y Mari le da su
medicina otra vez para que se duerma. Y así estamos en la banqueta todo el día.
¿Y qué hago mientras? ¡Pues
juego! Mari es mi amiga. Ya me enseñó a contar hasta el veinte y a escribir su
nombre. ¿Sabes contar hasta el veinte?
Mari se sabe muchas canciones y
las cantamos juntas, pero no sé qué dicen. Suenan muy bonito cuando las
canta así, despacito. Dice que me va a enseñar náhual también. Y yo soy muy buena aprendiendo cosas. También
contamos cuentos. Mi cuento favorito es el de la Cenicienta. A ella también la
trataban mal (¡eso no se hace, es grosero!),
pero después su hada madrina apareció y la ayudó con su magia y conoció al
príncipe y se casaron y ahora es una princesa.
Yo creo que mi hada madrina no me
encuentra, porque todo el tiempo estamos cambiando de banqueta. Pero siempre le
dejo una moneda chiquita debajo de una piedra cuando nos vamos, para que sepa
que pasé por ahí. ¿Te digo algo, que solo le he contado a Ana? (Es que es un secreto. ¡Shhh!) A veces,
cuando volvemos a esas banquetas, reviso ¡y ya no están!
Un día me va a encontrar.
Vas a ver.
1 comment:
Muchísimas gracias a Locadelamaceta.
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