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El peor día de mi vida

El 19 de septiembre de 1985 fue el peor día de mi vida. Mis recuerdos de ese día están ligados a una lluvia muy fuerte de la noche anter...

Thursday, July 19, 2018

Esperando

- Te voy a contar una leyenda urbana, Chino, -dijo, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón para quitarse el frío. - Si pasas tu tarjeta en una estación vacía de ecobici a medianoche, primero te va a poner el mensaje ése de que: ‘Lo sentimos. Por el momento no hay unidades disponibles.’ Pero dicen que, si en vez de quitarla, la dejas cinco o diez segundos más, a veces pasa algo.
- ¿Qué, we? -respondió el Chino, encogiéndose de hombros y frotándose las manos para entrar en calor. Volteó a ver las pocas bicis estacionadas en la estación en la que estaban recargados, como deseando a medias que no estuvieran para poder comprobar la historia.
- Algo raro.
- Sí, pero, ¿qué, we?
- Ni idea. Nunca lo he hecho.
Se quedaron unos momentos en silencio, viendo su respiración condensarse en el aire frío. La lluvia casi había terminado. Las luces de un taxi pasaron por la avenida, a media cuadra, y se alejaron.
- ¿Tienes tarjeta de ecobici, Chino?
- No, we. ¿Tú?
- Tampoco.
Los charcos en la calle reflejaban las luces del alumbrado, con pequeñas ondas donde las últimas gotas terminaban de caer, persistentes. Todo olía a fresco, esa sensación de que la lluvia se había llevado con ella la suciedad del día.
¡PLICK! Una gota gorda cayó de un árbol, justo en el charco entre ellos. Los dos la siguieron con la mirada y se quedaron en silencio hasta que el agua quedó quieta otra vez.
- Oye, Chino, ¿no que ibas a ver hoy a la Sandy?
- Pos sí, pero ya no. Se fue con el gordo de la motoneta. Resulta que ya andan.
- ¡Uuuuu! ¡Qué mal! ¿Con el gordo? ¡No mames! ¿En serio? ¿Por qué?
- Quesque porque yo la dejaba mucho en visto, we. ¿Tú crees? Pero a mí me late más bien que fue porque el gordo tiene motoneta y pasaba siempre por ella saliendo del trabajo. A eso no le puedo ganar.
- Pero ya llevabas un rato con ella, ¿no?
- Pos algo. Como dos meses. No es que andáramos, andáramos, pero ya hasta me estaba encariñando con sus niñas.
- Estás de la verga, Chino. Siempre te pasa lo mismo. Y ora, ¿qué vas a hacer? ¿Quieres que le demos una calentadita?
- ¿A la Sandy? ¿¡Cómo crees, we!?
- ¡No seas wey, Chino! ¡Al gordo de la motoneta!
- ¡Ah! Pos sí, estaría chingón. Así chance y se da cuenta de que yo soy el que le conviene mejor y hasta regresa conmigo. Mmmh… Va, lo vemos con la banda.
- Les paso el pitazo y lo vemos.
- Ya estás. Gracias, we.
Volvieron a esperar, cada uno con sus pensamientos. En algún lugar, un carrito de camotes lanzó su desafiante silbido al encapotado cielo. Si todavía estaba vendiendo, no podía ser tan tarde como parecía.
El eco del silbido se apagó y se perdió en la noche. Ambos se miraron, esperando que el otro rompiera el silencio primero.
- Nacimos para ser bateados, we.
- Neta.
Otra pausa. El aire ya calaba, sin respetar sus playeras de manga corta y sus pantalones rotos de las rodillas. El mundo se sentía más real que antes, como si la lluvia hubiera sido más bien una cortina y estuvieran del otro lado, donde cosas como el frío y la noche fueran más... presentes. Probablemente hasta podrían hacerte daño. Si quisieran.
- Así las cosas, Chino.
- Así las cosas, we.
La calle estaba muy oscura. Los faroles funcionaban, pero los árboles a su alrededor habían crecido tan espesos que sus luminarias jugaban a ser la luna escondida detrás de las nubes y ni siquiera intentaban despejar la oscuridad debajo. El resultado era que el foco desnudo de un zaguán rojo era casi el único oasis disponible. Media cuadra más allá, otro foco alumbraba a medias a un vagabundo solitario acurrucado en un portón parecido, pero negro.
Se sentaron en el escalón de su zaguán, refugiándose en el círculo de luz.
- Cuéntame algo, we, pal frío.
- ¿Sabes cómo nos despertaba mi papá en nuestro cumpleaños?
- No. ¿Cómo?
- Se levantaba un poco antes, para poner el disco de Las Mañanitas y te dejaba tu regalo en los pies, sobre la cama. Lo podías abrir y verlo rápido, pero sin ponerte a jugar porque había que bañarse para ir a la escuela. Saber que la mañna era toda para ti te hacía sentir especial, -la mirada se le nubló un poco.
- ¿Lo hacía con tus hermanos también, we?
- Sí, por lo regularmente.
El Chino se quedó callado unos momentos, los ojos al frente, como imaginándose algo.
- ¿Te acuerdas de lo último que te regaló, we?
- El disco del Michael Jackson, donde salía con su chamarra ésa. Acababa de salir. Me acuerdo que lo abrí y la etiqueta también era negra como el disco y decía BAD, en rojo. Lo puse luego luego y lo oímos en lo que nos apurábamos a arreglarnos e irnos a la escuela. A él no le gustaba esa música, pero aun así me lo compró. Ya no sé dónde quedó. Y mi papá se fue ese año, así que ese fue mi último regalo de cumpleaños.
Dejó la historia sin terminar y esperó un poco, para contestar alguna pregunta que tuviera el Chino.
- ¡JAJAJAJA! ¡No mames! ¿Te regaló un disco? ¿De los grandes, de tocadiscos? ¡Qué viejo estás, we!
- Eres un idiota, Chino.
Le dio un manotazo al charco que estaba a sus pies, para salpicarlo. La respuesta fue inmediata: el Chino reaccionó dando un pisotón en el charco y mojándolos a los dos. Ambos se pararon de un salto.
- ¡Ora, Chino!
- ¡Ora tú, we! ¿Qué no ves que hace frío?
- Está bien, está bien. ¿’ai muere?
- Va, chido.
Ya no se volvieron a sentar. Se recargaron en lados opuestos de la entrada, viendo hacia la banqueta de enfrente y entrecerrando los ojos, tratando de distinguir las formas. Cuando estás en la luz, cuesta trabajo ver más allá.
- Y entonces, ¿es tu cumpleaños? ¿O por qué te acordaste de eso?
- Todavía no. Es mañana.
- Pos felicidades, we.
- Gracias, Chino.
Otra pausa.
- ¿Sabes, Chino? Ya no recuerdo la voz de mis papás.
Chino se cruzó de brazos, pensativo. Suspiró. - Yo nunca oí la voz de ninguno de los dos, we. Me dijeron que me abandonaron cuando nací.
- No, pos ahí sí me ganaste. Pero entonces, ¿no era tu mamá la de las quesadillas?
- ¿Cuáles quesadillas? No mames, ¿de qué hablas?
- ¡Donde cenamos ayer, pendejo!
- ¡Aaah! -soltó la carcajada. - ¡No, we! Así les digo a todas las señoras, desde chiquito: ‘Hola má, buenas noches. ¿Te encargo dos de chicharrón?’ Quesque así les decía a todas las mujeres con las que hablaba, y se me quedó.
- Ah, con razón.
Un perro ladró a la distancia. Trataron de localizar de qué lado venía el sonido, sin mucho éxito. No que importara demasiado.
- ¿Crees que tengamos que esperar mucho todavía, we?
- Ni idea, Chino.
- Oye, ¿y quién te contó lo de las ecobici?
- No sé. Lo escuché por ahí. ¿Por?
- Nomás.
- Ah, chido.
En la esquina, otro taxi pasó por la avenida, salpicando la banqueta. El sonido del escape se alejó hasta dejarlos en silencio, con sus recuerdos.


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