Se
tardó un par de segundos en contestar, como si supiera qué era lo que seguía,
pero finalmente Mike rompió el silencio en el comunicador, con un: - Roger.
-
Desde aquí se ve tu casa. Cambio.
Mike
respondió con tono cansado, pero ligeramente divertido. - ¿Sabes que eso dejó
de ser gracioso hace como tres semanas?
-
Roger. Ja. Y sabes que no por eso voy a dejar de decirlo cada que salga a una
caminata, ¿verdad? En fin, prosigo con la reparación. Cambio.
-
Síguenos informando. ¿Cómo se ve desde allá afuera? Cambio.
-
El daño que causó el satélite al salir no fue muy extenso. Dejó una línea a lo
largo de la compuerta, pero todo se ve funcional. Voy a revisar el conector y
tratar de averiguar por qué no se soltó a tiempo. Cambio.
-
Recuerda que lo principal es volver a fijar la cámara externa, para que puedan
evaluar qué tan factible es reemplazarlo. Cambio.
-
Roger. Al parecer hay pocos escombros. Procedo a recolectarlos. Cambio.
-
Roger. ¿Escucharon eso, Houston? Cambio.
-
Eso coincide con nuestros datos. Infórmenos del estatus de la reparación
conforme vaya avanzando. Y, chicos, ya no decimos “Roger” ni “Cambio” desde la
última misión del Columbia. Ya no es necesario.
-
Roger.
-
Roger.
El
astronauta sonrió y casi pudo escuchar la sonrisa de Mike y de allá en Houston,
mientras contemplaba la magnificencia del orbe azul y blanco de la Tierra, que
abarcaba casi todo su campo de visión. Definitivamente, la parte favorita de su
trabajo, y a la que no creía llegar a acostumbrarse nunca. Un profundo respiro,
una última mirada y se enfocó en lo suyo. No importa cuántas caminatas
espaciales has hecho, todas son igualmente peligrosas, y más con la mente en
otro lado.
Un
último inventario rápido. Brazo izquierdo, control maestro de los propulsores
en la espalda: 98% de carga. Brazo derecho, monitor de signos vitales: oxígeno
al 95%. Las herramientas, sujetas con velcro en las piernas, cintura y pecho.
Bien. Las manos siempre deben estar libres cuando te estás moviendo afuera de
la estación. Venía la parte más peligrosa de esta caminata: acercarse a los
escombros del pequeño satélite fallido. Eran pocos, y aparentemente, ninguno
mayor de un metro. Todos flotaban en la zona del impacto, casi inmóviles en
relación con la estación. El problema es el silencio. En la Tierra, en cuanto
escuchamos que algo se acerca, o incluso si sentimos que “algo” no está bien,
reaccionamos y evitamos el peligro. Ese algo puede ser una corriente de aire,
una vibración, un ligero cambio en la temperatura, o un objeto grande que
bloquea el sonido desde esa dirección. En el espacio no existe nada de eso. Estás
solo con el sonido de tu respiración y nada que te advierta que la muerte está
a un parpadeo de distancia.
Volteó
a ver a Mike, que lo observaba desde la pequeña ventana y le hizo la señal con
el pulgar de “Todo bien”. En fin, a trabajar.
El
Capitán Mikhail Skvortsov le devolvió el saludo con el pulgar y lo observó
detenerse un momento a contemplar la Tierra, antes de verlo encender los
propulsores y salir lentamente del limitado campo de visión de su ventana en la
cámara de descompresión. Seguiría su progreso por los monitores de las cámaras
exteriores. Ayudándose con los brazos, Mike flotó hasta el módulo de control de
la estación. Se angustió ligeramente cuando no pudo localizarlo en ninguna de
las pantallas, pero recordó de inmediato que la cámara de esa zona había sido
desprendida de su lugar con el choque y ahora apuntaba a la oscuridad del
espacio.
-
Ya no te veo. ¿Todo bien? Cambio.
-
Todo bien. Estoy llegando a la cámara. Parece que… parece que… sí, solo se
desprendió de su base. Un par de tornillos y listo. ¿Ya me ves? Cambio.
Mike
vio la imagen de la cámara 4E dejar de apuntar al vacío y enfocar una cara
sonriente, en su casco espacial.
-
Roger. Te veo claramente. Ahora, a fijar la cámara, recoger el tiradero y de
regreso por una cerveza. Cambio.
-
Roger. ¿Sin gas? Cambio.
-
Sin gas. Sabes bien que en microgravedad, el gas no es tu amigo. Cambio.
-
Roger. No me estaba quejando. Acepto la cerveza. Dame unos cuarenta minutos.
Cambio.
-
Roger.
-
Chicos.
-
¿Sí, Houston? Cambio.
-
¿En qué quedamos con lo de Roger y Cambio? No, ¿saben qué? Ya olvídenlo.
-
Roger.
-
Roger.
Se
escucharon risas de todos los participantes. Siempre era bueno dejar salir la
presión.
Cerró
los ojos y dejó escapar toda su frustración en un alarido:
-
¡AAAARGHHHH!
Se
quedó sin aire, respiró muy profundamente y volvió gritar, una y otra y otra vez,
hasta que le dolió la garganta y solo quedó en sus oídos el eco de ese grito
dentro de su casco espacial, su respiración jadeante y el ensordecedor retumbar
de su corazón.
¿Cómo
había podido ser tan descuidado? Sabía perfectamente que tenía que estar
pendiente de su alrededor EN TODO MOMENTO.
-
¡AAAARGHHHH!
¡Estúpido!
¿Por qué no se había encargado de los escombros del satélite ANTES de utilizar
herramientas? ¡IDIOTA!
Ni
siquiera era tan urgente fijar la cámara. Hay prioridades, y la seguridad
siempre es primero. Pero se veía tan fácil lo de la cámara, que se apresuró a
tomar el taladro de la cinta de su pierna izquierda. Miró rápidamente alrededor
por precaución, estiró el brazo, sujetó la cámara y comenzó a perforar para
fijarla al fuselaje.
Nunca
sintió el golpe. Más bien, como si alguien se le encimara en la espalda
repentinamente. Reaccionó con reflejos producto de innumerables horas de
entrenamiento, agachándose y absorbiendo el impacto. Aun así, se quedó sin
aire. Lo último que vio antes de perder la conciencia fue la cámara 4E, suelta
y apuntando nuevamente a la negrura del espacio.
Con
una angustia que le dejaba un sabor metálico en la boca, vio a la estación espacial
alejarse hacia arriba en cámara lenta, inalcanzable desde el primer segundo. En
realidad, él era quien estaba cayendo. Tenía miedo, mucho miedo.
Lo
intentó por décima vez. Nada. Los propulsores en su mochila nunca habían fallado
antes, estaba seguro. Pero, ¿de qué le servía eso?
Bajó
la vista, pero lo voluminoso de su traje espacial le impedía ver al causante de
su desgracia. Levantó un poco los brazos. El taladro con el que había perforado
el control de los propulsores, en su brazo izquierdo, seguía en sus manos,
inútil ya. Además, el impacto en su espalda había dañado también la antena.
Todavía
quedaba una última luz en ese vacío, y era que Mike se hubiera puesto el traje
a tiempo. Era difícil, lo sabía, pero no imposible. Tendría que haberse dado
cuenta justo en el momento, asumido lo peor y equipado lo más rápidamente
posible. Aún con ayuda, ponerse el traje llevaba hasta 45 minutos. Después,
tendría que adivinar la trayectoria en la que cayó tras el accidente para
salir a buscarlo y confiar en que estuviera dentro del rango de combustible de los
propulsores.
Solo
quedaba esperar a ver a Mike llegar, antes de que se acabara el oxígeno en su
traje. Estimaba que todavía tuviera unas seis horas para esto, y que no
estuviera cayendo demasiado rápido, o empezaría a entrar en la atmósfera y se
quemaría.
Así
que tendría paciencia. Y fe en su amigo.
Esperó
en silencio, con una plegaria en los labios.
Y
esperó.
Y
esperó.
Abajo,
en un campo de arroz, el anciano se tomó un respiro de sus labores. Quitándose
el sombrero, se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. Estaba
anocheciendo y era hora de regresar a casa, con su viejita. Levantó la vista, como
buscando algo, esperanzado. ¡Sí, ahí! Justo
en ese momento, con un trazo largo y rápido: la primera estrella fugaz de la
noche. El corazón se le llenó de paz. Había pocas cosas más románticas que
eso.
Qué
bien.
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