(fotos pendientes de revelar - pero ya cambiaré mi cámara por una digital)
¿Coachella 2008 en dos palabras?
Fácil:
Portishead. Wow.Guitarra ácida, de gemidos lentos y prolongados. Teclados de fondo, calmantes, agonizantes. Y Beth Gibbons, abrazada al micrófono, aferrándose a él más fuertemente que a su sufrimiento, que a un amante, que a su vida misma, pero insinuándonos que se soltaría en cualquier momento, dejándose ir y arrastrándonos con ella a donde quiera que su inmensa tristeza nos quisiera llevar.
Susurros convidados al micrófono, que fielmente nos estremecía, haciendo que nos olvidáramos de todo excepto del allí, del ahora, del azul de los reflectores, de esa noche increíble, toda alegría olvidada, ella y el micrófono fundiéndose en un alma desgarrada, convidándonos tan sólo un poco de su tristeza, pero lo suficiente para erizarnos la piel y hundirnos en ese mar de sentimientos.
…sí, sí, ya sé…
Seguramente estoy exagerando, ¿cierto?
Pero es que realmente fue algo inolvidable, uno de esos conciertos que vuelve fan al que era indiferente, y eterno admirador al que ya era fan. Y yo ya era fans (jejeje - ¡fans!)
Por supuesto que Coachella fue mucho más que sólo Portishead…
(Ja. Como si se pudiera decir: “…que sólo Portishead”)
Pero, en fin. Roger Waters también estuvo increíble. Tal vez no me impactó tanto porque ya había visto ese mismo espectáculo cuando lo llevó a México, pero hubo un par de momentos en que envolvía al público de tal manera que, entre el cerdo volador, las luces, la cadencia de la música (Sheep, del Animals), el fuego, ya no sabías hacia dónde dirigir tu atención.
Más momentos memorables: la vibra de Café Tacvba (y el muy mal inglés de Juan/Cosme/Gallo Gas/Rita Cantalagua/Rubén/o como sea que se quiera llamar), que fue a Coachella a cantarle a los mexicanos y no a los gringos; Hot Chip, gran descubrimiento; Flogging Molly, con su divertido toque de rock irlandés; Perry Farrell, siempre un favorito, con o sin Jane’s Addiction; Gogol Bordello, una mezcla de gitanos, piratas y ruido callejero; Metric, rock indie perfecto para bailar. ¡Ah! Y los ventiladores que rociaban agua. Y las esculturas de flores gigantes que también soltaban una brisa empapadora y refrescante. Y dos trailers reales, copulando en el aire como dos libélulas. Y la gente que se metió a una escultura de luces (nosotros incluidos), pero no para destruirla, sino para acostarse debajo de ella y estar dentro del juego de miles de lucecitas cambiantes y danzantes. Y los raspados de limón quita-sed. ¡Y los amigos, claro!
Y no tan memorables, pero bastante buenos: la guitarra buenaondita de Jack Johnson; el ritmo de Pendulum y de Fatboy Slim, que ya es un señor de pelo blanco pero con toda la actitud; las mezclas de 120 Days; los clásicos Kraftwerk; Austin TV, que se oían realmente bien con el sonido del escenario principal y salieron vestidos de árboles; el sonido indie de Stars; las francesitas de Plasticines; Jack White y sus Raconteurs, con algunos problemas de sonido.
Lo que no estuvo tan bueno: las botellitas de agua de 2 dólares (que, a 38 grados y bajo el sol, ni modo de no tomar) y las cervezas de a $7 y las margaritas ácidas de $9 y los jochos de $7. La gente tan apretada para ver a M.I.A., I’m from Barcelona y MGMT. Los pies cansados negándose a llevarte hasta el coche después de 13 hrs diarias de bailar, brincar y caminar en Converse. Perder a tus amigos entre 60mil gentes – pero sin mayores consecuencias. Prince – demasiado diva y demasiado gringo para nuestro gusto. El desayuno del hotel – pero, ¿qué esperábamos, si estaba incluido?
Aunque hay quienes van a Coachella sólo porque está de moda y todo el mundo va, es algo que realmente vale la pena. Y pienso volver el próximo año. Así que, háblenme y vamos a Coachella.