Había llovido toda la tarde y todo
estaba mojado. Seguramente aquí había estado sentado desde entonces, en la
oscuridad, sin moverse de aquí. Sabía que no lo haría. Aquí es donde la
había visto por última vez.
El farol de la calle estaba roto,
así que no alcanzaba a ver si su ropa estaba mojada. Lo sentía junto a ella, como
una presencia muy lejana. El aroma de lluvia inundó sus pulmones con un aire
frío, impersonal. Siempre le había gustado esa sensación de frescura, de nuevos
inicios, como si la lluvia lavara el mundo y nos dejara comenzar otra vez. Pero
no hoy. Hoy era diferente. Sentía una tristeza infinita emanando de él, a su
lado. Un escalofrío de empatía entró en su pecho y ahí se quedó, como ese dolor
físico de extrañar a alguien. Deseó no haberse sentado en el concreto, pero no
quería dejarlo a él ahí. Nadie debería sufrir solo.
- La esperanza está mal
apreciada, -respondió él, pausadamente. Perdida en sus pensamientos, ella ya había olvidado haber comentado algo, pero se tragó su comentario mordaz y
lo dejó seguir.
- No tiene la definición que nos han hecho creer desde pequeños,
esa que dice que te ayuda a seguir adelante y que hará que todo sufrimiento
presente sea más llevadero, porque existe el sueño de que las cosas van a
mejorar.
No. La esperanza es peligrosa.
No es algo positivo.
De hecho, es exactamente lo
contrario. Una persona que está en el fondo, en la peor situación imaginable,
soportará todo y seguirá adelante por sí mismo, día a día, porque tiene que
sobrevivir. Esa es nuestra naturaleza: seguir adelante.
Sus palabras eran poco más que un
susurro, pausadas, pero en el fresco aire nocturno parecían brotar de todos lados y
quedarse ahí, suspendidas.
- Pero, ella dijo que
regresaría, ¿no? -se aventuró a comentarle, ofreciendo consuelo.
- Sí. Y eso es lo más doloroso, -contestó, monótonamente.
Y continuó.
- Ofrécele esperanza a alguien
derrumbado, un asomo de que su situación puede ser mejor o, inclusive, ser
feliz, y lo destruirás. Porque ahora tendrá contra qué comparar su desdicha y
soñará con el momento en que todo sea mejor. En vez de enfocarse en vivir, en soportar
y continuar, la pasará soñando y, por primera vez, tendrá conciencia de la
miseria a su alrededor. Ese autoconocimiento hará su existencia más difícil de
llevar, insoportable. Y si le quitas esa esperanza, será peor todavía. Una vez
que abres los ojos a la situación a tu alrededor, ya no puedes dejar de verlo.
No hay vuelta atrás.
Hizo una pausa, como quien está a
punto de suspirar, pero no. Simplemente, se quedó en silencio, recordando. Ya
no le quedaban suspiros.
Ella lo esperó, dándole tiempo a
acomodar sus pensamientos. Quería hacerle la pregunta obvia. Después de todo este
tiempo, seguramente no seguiría esperando su regreso. Pero era cruel
entrometerse así y preguntarle. Solo él podía decidir si ya era suficiente. Así
que se quedó ahí, junto a él, con la pregunta en los labios.
Como si estuviera escuchando sus
pensamientos, él respondió:
- ¿Yo? Tengo esperanza, pero de
la bonita.
Otra pausa.
- Eso es lo que me digo.
Y se le nubló la vista, una
sonrisa triste en el rostro y la mirada hacia adelante.
Ambos se quedaron sentados en la
banqueta, sin hablar, acompañándose.
Arriba, en las nubes, un relámpago silencioso.
Empezó a llover.
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