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El peor día de mi vida

El 19 de septiembre de 1985 fue el peor día de mi vida. Mis recuerdos de ese día están ligados a una lluvia muy fuerte de la noche anter...

Tuesday, May 22, 2018

Esperanza

- Debes de conservar la esperanza, -dijo ella, quedito, y se sentó junto a él, en la banqueta.
Había llovido toda la tarde y todo estaba mojado. Seguramente aquí había estado sentado desde entonces, en la oscuridad, sin moverse de aquí. Sabía que no lo haría. Aquí es donde la había visto por última vez.
El farol de la calle estaba roto, así que no alcanzaba a ver si su ropa estaba mojada. Lo sentía junto a ella, como una presencia muy lejana. El aroma de lluvia inundó sus pulmones con un aire frío, impersonal. Siempre le había gustado esa sensación de frescura, de nuevos inicios, como si la lluvia lavara el mundo y nos dejara comenzar otra vez. Pero no hoy. Hoy era diferente. Sentía una tristeza infinita emanando de él, a su lado. Un escalofrío de empatía entró en su pecho y ahí se quedó, como ese dolor físico de extrañar a alguien. Deseó no haberse sentado en el concreto, pero no quería dejarlo a él ahí. Nadie debería sufrir solo.
- La esperanza está mal apreciada, -respondió él, pausadamente. Perdida en sus pensamientos, ella ya había olvidado haber comentado algo, pero se tragó su comentario mordaz y lo dejó seguir. 
- No tiene la definición que nos han hecho creer desde pequeños, esa que dice que te ayuda a seguir adelante y que hará que todo sufrimiento presente sea más llevadero, porque existe el sueño de que las cosas van a mejorar.
No. La esperanza es peligrosa. No es algo positivo.
De hecho, es exactamente lo contrario. Una persona que está en el fondo, en la peor situación imaginable, soportará todo y seguirá adelante por sí mismo, día a día, porque tiene que sobrevivir. Esa es nuestra naturaleza: seguir adelante.
Sus palabras eran poco más que un susurro, pausadas, pero en el fresco aire nocturno parecían brotar de todos lados y quedarse ahí, suspendidas.
- Pero, ella dijo que regresaría, ¿no? -se aventuró a comentarle, ofreciendo consuelo.
- Sí. Y eso es lo más doloroso, -contestó, monótonamente. 
Y continuó.
- Ofrécele esperanza a alguien derrumbado, un asomo de que su situación puede ser mejor o, inclusive, ser feliz, y lo destruirás. Porque ahora tendrá contra qué comparar su desdicha y soñará con el momento en que todo sea mejor. En vez de enfocarse en vivir, en soportar y continuar, la pasará soñando y, por primera vez, tendrá conciencia de la miseria a su alrededor. Ese autoconocimiento hará su existencia más difícil de llevar, insoportable. Y si le quitas esa esperanza, será peor todavía. Una vez que abres los ojos a la situación a tu alrededor, ya no puedes dejar de verlo. No hay vuelta atrás.
Hizo una pausa, como quien está a punto de suspirar, pero no. Simplemente, se quedó en silencio, recordando. Ya no le quedaban suspiros.
Ella lo esperó, dándole tiempo a acomodar sus pensamientos. Quería hacerle la pregunta obvia. Después de todo este tiempo, seguramente no seguiría esperando su regreso. Pero era cruel entrometerse así y preguntarle. Solo él podía decidir si ya era suficiente. Así que se quedó ahí, junto a él, con la pregunta en los labios.
Como si estuviera escuchando sus pensamientos, él respondió:
- ¿Yo? Tengo esperanza, pero de la bonita.
Otra pausa.
- Eso es lo que me digo.
Y se le nubló la vista, una sonrisa triste en el rostro y la mirada hacia adelante.
Ambos se quedaron sentados en la banqueta, sin hablar, acompañándose.
Arriba, en las nubes, un relámpago silencioso.
Empezó a llover.


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