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El peor día de mi vida

El 19 de septiembre de 1985 fue el peor día de mi vida. Mis recuerdos de ese día están ligados a una lluvia muy fuerte de la noche anter...

Wednesday, July 14, 2010

Día 15

Mientras veía los vinos en una tienda de licores cercana (en este país se produce mucho vino y, si en México el vino sudafricano no es caro, aquí es bastante barabara), me encontré con algo diferente: un vino sin etiqueta. Y había muchísimas botellas de eso. No me quise quedar con la duda y pregunté, y resulta que es bastante popular porque, como no hay que pagar por la marca, sale muy baratísimo: R20; es decir, unos 34 pesos (a estas alturas se que ya no debería hacer falta poner la conversión, pero sé muy bien que la flojera puede más que la capacidad de multiplicar por 1.7, así que mejor lo sigo haciendo). Es más, el dueño de la tienda me dijo que, si no me gustaba, se lo regresara y me devolvía el dinero. ¡Convencido! Compré una botella para probar. Tal vez en la noche.

Además de llevar mi ropa a lavar, no pasó mucho durante el día. Una niña de USA, Samantha, me dijo que ella y otros dos tipos del hostal querían ir a un “game restaurant”, que si me apuntaba para ir con ellos. Y no, no es un lugar a donde vas a comer y jugar. Ni a jugar a la comidita. “Game” también significa animales de caza. Más se tardó en decirme que yo en aceptar, claro está. Ya habían hablado al restaurante y tal vez tendrían hasta elefante. Como si necesitara que me convencieran más. El problema era cómo llegar a Sandton, donde nos íbamos a ver con ellos, porque no queríamos gastar toneladas de dineros en taxis. Así que decidimos irnos en transporte público. Es decir, en combi.

El problema era, ¿cómo? ¿Se acuerdan de las explicaciones de Boison? Bueno, pues finalmente le preguntamos – no sin cierto miedito – y, tras asegurarnos que nos repitiera lo mismo 3 veces sin cambiar las instrucciones, nos lanzamos. Tuvimos que descubrir cómo hacerles la parada y cómo saber hacia dónde va cada ruta (recuerden que no tienen ningún tipo de letrero o pintura representativa de cada ruta; todas las combis son iguales). La receta es: dependiendo del número de dedos con los que le hagas la parada es la ruta que quieres tomar. Si no van llenas y son de esa ruta, se detienen. Nuestra clave secreta resultó ser “5 dedos”. Y nuestro camino sonaba sencillo: tomar una combi a MTN (lo que fuera que eso sea) y otra de ahí a Sandton City. Resultó que MTN era un paradero grande de combis en el mismitito centro de la ciudad (al que, como todos recordarán, había que evitar entrar a toda costa). Efectivamente, las 3 cuadras que tuvimos que caminar fueron como caminar por el centro de San Bartolo en hora pico, cuidando nuestras vidas esquivando autos, combis, gente, puestos callejeros, olores surtidos, limosneros y más. Pero no hubo mayor problema y logramos tomar la otra combi. No nos preocupamos por tener que tomar el mismo camino en la noche, de regreso, porque alguien más nos iba a encontrar allá, en Sandton, nos llevaba al restaurante y hasta nos regresaba al hostal.

Otra cosa aprendida fue: cuando pides indicaciones para llegar a algún lado y te dicen “Ve por esta calla y, en el segundo… no… tercer robot, te das a la izquierda” no están hablando de Mazinger Z o alguna otra invasión robota, sino que así le dicen a los semáforos.

Nos encontramos con los otros dos junto a la estatua de Nelson Mandela y ahí nos enteramos que íbamos a tener que irnos en taxi, pero que el del coche (que era un conocido de uno de los chavos éstos) nos alcanzaba en el restaurante. El lugar este resultó estar junto al Lion’s Park y el taxi nos cobró como 170 pesos por persona.

El restaurante se llamaba, muy apropiadamente, Carnivore , era enorme y, después de una entrada de crema de frijol y ensaladas, tenía un sistema idéntico al de un restaurante brasileño de espadas, pero con carnes de muchos animales exóticos. ¿El favorito? Wildebeest. Y chorizo/salchicha de antílope. ¿El más raro? Cocodrilo. Dicen que sabe a pollo, pero no tiene mucho sabor; más bien es un sabor justo en el punto medio entre el pollo y el calamar, con una consistencia como de ancas de rana. Guardé una vértebra, de recuerdo. ¿Los ausentes? Elefante, cebra y león, que no hubo. ¿Los demás? Impala, antílope, cordero, kuku y otro tipo de antílope, pero más grande, además de los de siempre (pollo, vaca y cerdo). Por supuesto que salimos rodando de ahí.

De camino al lugar el que iba a llevar coche nos marcó para decir que dijo su mamá que siempre no, que no llegaba. El taxi, muy amablemente, nos esperó. Podría decir que era porque no quería dejarnos varados en medio de la nada. Pero más bien fue porque, entre las opciones de regresarse solito y llevarnos para así sacarnos otros 170 pesos por persona, realmente no había mucho que pensarle, ¿o sí?

Lo más trágico de la noche fue que no había internet en el hostal, justo cuando tenía que terminar y enviar unos reportes del trabajo. ¡Oh, cielos! Pero, como era algo completamente fuera de mi control y no había nada que pudiera hacer al respecto, aproveché para ponerme a escribir esto.

(El vino que compré en la mañana resultó del agrado de todos. Mañana iré por más.)

1 comment:

Esperanza said...

Bueno, me queda claro q estas disfrutando tu viaje y nos haces disfrutar leyendo todas tus peripecias. Sigue conociendo para q nos cuentes pq, por lo menos yo, no creo ir por esos rumbos.